Los 3 ojos de Stanley Kubrick
No, hoy no voy a hablar de una misteriosa mutación secreta del aclamado director de cine, ni de las partes más oscuras de la anatomía de este gran maestro (que me parta un rayo si algún día me atrevo). No. Hoy os voy a hablar cómo el director más maniático, perfeccionista y genial de la historia del cine logró hacer lo que nunca antes se había hecho, ni jamás ha vuelto a hacerse desde entonces.
En 1975 Stanley Kubrick se disponía a comenzar el rodaje de su nueva película, tituladaBarry Lyndon (basada en la novela homónima de William Makepeace Thackeray) y en la cual se cuenta la vida de una familia aristócrata del siglo XVIII.
Kubrick, debido a su imbatible perfeccionismo, y con el objetivo de captar y transmitir de la manera más fiel posible el ambiente de la época, pretendía grabar toda la película prescindiendo de cualquier fuente artificial de luz. Es decir, filmar las tomas diurnas utilizando sólo la luz del sol, y grabar las escenas de noche y de interior utilizando exclusivamente la luz de la luna y de las velas, respectivamente. La parte diurna era tarea “fácil”. Pero para las tomas nocturnas y, sobre todo, las de interior, había un gran problema: y es que no existía ningún objetivo lo suficientemente rápido como para poder captar cantidades de luz tan pequeñas.
Para los no iniciados en fotografía, se denomina objetivo rápido a uno con una gran apertura de diafragma. Esto es, cuanto mayor sea la apertura, más rápido es el objetivo. ¿Y por qué se dice rápido? Porque a mayor apertura, más luz le entra a la película (o al sensor, hablando en digital), y por tanto más rápido se dispara la foto. Dicho de otra forma: para conseguir el mismo resultado, a mayor apertura del diafragma, menos tiempo tiene que estar abierto el obturador. Pero no es más que una forma de hablar; utilizar un objetivo más rápido no significa que la película vaya a ir a cámara rápida, ni nada de eso.
Otro pequeño dato: la apertura de los objetivos se mide con el llamado número F. Dicho número expresa la apertura máxima que puede alcanzar el diafragma, pero de forma inversamente proporcional. Esto es, a menor número F, mayor apertura (y por tanto, mayor luminosidad). Por poner un ejemplo, un objetivo con f/2.4 es más luminoso que uno con f/3.6.
Volvamos a la historia. Como iba diciendo, los objetivos existentes no eran lo suficientemente rapidos. Los más luminosos tenían f/1.1, o puede que incluso f/0.95, lo cual es mucha luminosidad (muchísima, de hecho), pero no suficiente para lo que Kubrick pretendía. (Si tu cámara tiene modo de prioridad de velocidad de obturación, marcado con una S en la ruedecita de los modos, puedes hacer la prueba. Cuando esta noche estés en casa, apaga todas las luces, baja todas las persianas y enciende velas. Enciende toooodas las velas que quieras. Y luego saca una foto con el tiempo por debajo de 1/50 segundos (1/60 por ejemplo, que es estándar). Entonces sabrás a lo que me refiero.)
Y sin objetivos no había película. Pero, haciendo fama a su temperamento tozudo y maniático, no se rindió tan fácilmente. Buscó y rebuscó, hasta que encontró lo que necesitaba. ¿Y a quién se lo tendría que agradecer? Ni más ni menos que a la NASA.
Por aquella época, la NASA estaba desarrollando su programa espacial Apollo. Con el fin de poder fotografiar la luna en las condiciones de baja luminosidad que se dan en el espacio encargaron a la maestra alemana de material óptico Carl Zeiss la fabricación de 10 objetivos de 50mm con f/0.7. De esos diez objetivos, seis fueron vendidos a la NASA, uno fue guardado por la propia empresa… y sobraron tres. Y, evidentemente, los tres acabaron en manos de Kubrick.
Estos objetivos eran auténticos portentos de la ingeniería. Lo más rápidos que Carl Zeiss ha construído nunca, y muy posiblemente los más rápidos de la historia. Pero los problemas no habían terminado. Aún le aguardaban unos cuantos quebraderos de cabeza…
Para empezar, los objetivos de Zeiss estaban diseñados para fotografía, no para filmar películas. Por ello, no había forma de encajarlos en su Mitchell BNC. Así que no hubo más remedio que modificar tanto la cámara como los objetivos para poder encajar unos con otros, quitando piezas, construyendo otras ex profeso, e ingeniando métodos draconianos para hacer cosas tan simples como saber lo que se estaba grabando (pues la Mitchell que usaban era no réflex).
Después, y siguiendo en su línea, Kubrick decidió que 50mm no era lo que quería, y que necesitaba un ángulo mayor de visión, así que mandó uno de los objetivos de vuelta a Zeiss a Cinema Products Corporation para que le redujeran la distancia focal, lo que convirtió un 50mm en un 36.5mm gracias a un adaptador de Kollmorgen.
Pero aún quedaba por resolver el mayor de los problemas. Un objetivo con f/0.7 rinde muy bien con poca luz y te permite hacer verdaderas virguerías en penumbra, pero tiene un enorme inconveniente: la profundidad de campo.
Volviendo a la explicación técnica, la profundidad de campo es inversamente proporcional a la apertura del diafragma. A mayor apertura, menor profundidad. ¿Y qué es eso de la profundidad de campo? Pues la cantidad de espacio, por delante y por detrás del objeto principal enfocado, que sigue estando correctamente enfocado. Con un ejemplo lo veréis mejor:
Como podréis imaginar, un f/0.7 supone una auténtica pesadilla al intentar filmar una escena en la que aparecen a la vez varios personajes u objetos. Para solucionar esto, Kubrick y su director de fotografía construyeron una rueda de enfoque que requería de 2 vueltas completas para pasar de enfocar el infinito a enfocar a una distancia de unos 5 pies (metro y medio aprox.), dándoles una precisión quirúrjica en el enfoque.
Una vez conocida la odisea, es hora de que observéis el resultado. Os dejo la que para muchos es la mejor escena de toda la película, grabada a la luz de las velas y de la luna.
Aparte de la fotografía, son también las interpretaciones, el majestuoso acompañamiento musical y los movimientos totalmente contenidos los que hacen de esta escena una verdadera joya.
Para terminar, otra escena increíblemente iluminada y un par de fotogramas más:
Atención: esta escena puede suponer un spoiler. Avisado quedas…
Y esta es la historia de cómo, poco a poco, y gracas a su tozudez y a la fidelidad a sí mismo y a sus deseos, Kubrick logró filmar escenas que permanecerán para siempre en tu memoria.
Otra vez.
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