Fotógrafos profesionales y aficionados salieron con sus trípodes, teleobjetivos o incluso móviles para intentar capturarla. Desde ciudades iluminadas hasta montañas en penumbra, la superluna fue retratada de mil formas distintas. Fue una demostración colectiva del poder que tiene la fotografía para detener lo efímero y hacerlo eterno.
Más allá de lo técnico, la Luna del Castor recordó algo más profundo: que la fotografía no solo documenta, sino que nos conecta con lo que sentimos al mirar. En una era saturada de imágenes, esta superluna logró que miles de personas miraran hacia arriba al mismo tiempo. Y eso, quizá, fue su mayor logro.
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